En la consulta odontológica pediátrica, uno de los mayores retos para los profesionales de la salud es lograr que los niños cooperen durante los procedimientos. El ambiente clínico, con sus luces brillantes, instrumentos desconocidos y sonidos extraños, puede generar miedo y resistencia en los pequeños. Para Klingberg y Broberg (2007), el miedo dental en niños es una respuesta emocional común que puede interferir significativamente en los tratamientos y generar experiencias negativas a largo plazo. Este desafío lleva a muchos odontólogos a utilizar estrategias de manipulación, como distracciones, promesas o incluso engaños, para conseguir que los niños accedan al tratamiento. Sin embargo, estas prácticas, aunque efectivas a corto plazo, plantean dilemas éticos significativos que merecen una reflexión profunda (Versloot y Craig, 2009).
Por un lado, las estrategias de manipulación tienen ventajas claras en situaciones críticas. Cuando un niño se resiste vehementemente, técnicas como contar historias, emplear juguetes o crear un ambiente lúdico pueden facilitar la realización de procedimientos necesarios para preservar su salud oral. Estas tácticas suelen ser efectivas para reducir la ansiedad inicial, desviando la atención del niño hacia actividades más agradables. En este sentido, la técnica de distracción se basa en el principio de redirigir la atención para bloquear parcialmente la percepción del dolor o la ansiedad (McCaul y Malott, 1984), además, permiten prevenir situaciones de riesgo, como movimientos bruscos que podrían causar lesiones durante el tratamiento.
Sin embargo, el uso de la manipulación no está exento de riesgos. Una de las principales preocupaciones es el impacto que estas estrategias pueden tener en la confianza del niño; tal como señala Piaget (1969), los niños en etapas preoperacionales confían en los adultos como guías de su realidad; si perciben que han sido engañados, esta confianza puede verse gravemente afectada. Esto podría generar desconfianza tanto hacia el profesional como hacia los adultos en general. A largo plazo, esta experiencia podría reforzar el miedo a las visitas odontológicas en lugar de superarlo, complicando futuros encuentros (Cohen et al., 2000). Adicionalmente, desde una perspectiva ética, la manipulación puede interpretarse como una forma de coerción que vulnera la autonomía y el bienestar emocional del niño (Beauchamp y Childress, 2019).
Frente a esta situación, es imprescindible considerar aspectos éticos antes, durante y después del procedimiento. Antes de iniciar cualquier intervención, los profesionales deben comunicar a los padres o tutores las posibles estrategias que se emplearán, asegurándose de que comprenden sus implicaciones. Según la Asociación Americana de Odontología Pediátrica (AAPD, 2020), el consentimiento informado debe garantizar la transparencia y el respeto por los derechos del niño. Además, es fundamental explorar métodos alternativos no manipulativos, como la comunicación efectiva o el uso de técnicas de modelado, que respeten la autonomía y la capacidad de decisión del niño (Bandura, 1977). Cada caso debe evaluarse de manera individual, teniendo en cuenta la edad, el nivel de desarrollo emocional y la sensibilidad del menor.
Durante el procedimiento, el enfoque ético debe centrarse en el uso limitado y consciente de la manipulación, esta debe ser un recurso excepcional, siempre subordinado al bienestar del niño y a la necesidad clínica. También es importante adaptar las explicaciones al nivel de comprensión del menor, siendo honestos sobre lo que ocurrirá, pero evitando términos que puedan generar miedo innecesario, como indica Wright (1975), una comunicación clara y adaptada a la edad del niño puede ser más efectiva que cualquier forma de engaño; evitando a su vez cualquier forma de coerción que pueda derivar en experiencias traumáticas para el niño (Versloot et al., 2004).
Finalmente, después del procedimiento, es crucial reconstruir la confianza y evaluar el impacto emocional de la intervención, si el niño experimentó incomodidad o miedo, el profesional debe emplear estrategias para reparar la relación y garantizar que futuras visitas sean percibidas de forma más positiva. Este seguimiento no solo refuerza el vínculo con el odontólogo, sino que también fomenta una relación saludable con la atención médica en general (Klingberg y Broberg, 2007).
En este contexto, el dilema sobre manipular o no manipular a los niños en el consultorio odontológico no tiene una respuesta sencilla ni concertada. La salud oral es un componente esencial del bienestar infantil, pero su abordaje no debe comprometer el desarrollo emocional ni la confianza de los pequeños. Es por lo anterior que los profesionales de la salud oral tienen el desafío de encontrar un equilibrio ético, utilizando la empatía y el respeto como pilares para construir experiencias positivas y significativas para los niños. Como en cualquier juego creativo, ganar la partida no se trata solo de superar el obstáculo inmediato, sino de construir una relación duradera basada en la confianza y el respeto mutuo.
Referencias
- Bandura, A. (1977). Social Learning Theory. Prentice-Hall.
- Beauchamp, T. L., & Childress, J. F. (2019). Principles of Biomedical Ethics. Oxford University Press.
- Cohen, L. A., Fiske, J., & Newton, J. T. (2000). The impact of dental anxiety on daily living. British Dental Journal, 189(7), 385-390.
- Klingberg, G., & Broberg, A. G. (2007). Dental fear/anxiety and dental behaviour management problems in children and adolescents: A review of prevalence and concomitant psychological factors. International Journal of Paediatric Dentistry, 17(6), 391-406.
- McCaul, K. D., & Malott, J. M. (1984). Distraction and coping with pain. Psychological Bulletin, 95(3), 516-533.
- Piaget, J. (1969). The Child’s Conception of the World. Routledge & Kegan Paul.
- Versloot, J., Veerkamp, J. S., & Hoogstraten, J. (2004). Children’s self-reported pain at the dentist. Pain, 110(1-2), 229-234.
- Wright, G. Z. (1975). Behaviour Management in Dentistry for Children. Saunders.
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