Mucho se habla hoy de igualdad, de empoderamiento femenino, de romper techos de cristal, pero la verdad es que si una mujer no tiene independencia económica, todo eso se queda en discurso bonito. Porque, seamos honestas: si no puedes decidir sobre tu plata, ¿realmente puedes decidir sobre tu vida?
La autonomía económica va más allá de tener un trabajo. Se trata de que las mujeres puedan generar sus propios ingresos, administrar su dinero, emprender, ahorrar y no depender de nadie para tomar decisiones tan básicas como tener qué comer, dónde vivir o si quedarse o no en una relación. Y sí, eso todavía es un privilegio para muchas.
El problema está en que todavía cargamos con una idea muy tradicional (y sobre todo machista) de que el trabajo de las mujeres en casa no vale, o no cuenta como «productivo». Pero la verdad es que sin ese trabajo de cuidado (que no se paga, pero es esencial) nada funcionaría. Mientras eso no se reconozca ni se redistribuya, va a ser muy difícil que muchas mujeres puedan acceder a oportunidades reales en lo laboral o emprender un proyecto propio.
Además, las brechas siguen: menos acceso al crédito, sueldos más bajos por el mismo trabajo, poca representación en cargos de liderazgo y un montón de barreras culturales que dicen que «ella no puede» o «eso no es para mujeres». Y claro que puede. Lo que falta es que el sistema deje de ponerle el pie encima.
Entonces, si de verdad queremos avanzar hacia una sociedad más justa, necesitamos cambiar el enfoque. Invertir en la autonomía económica de las mujeres no es caridad, es inteligencia social. Es apostar por hogares más estables, por niños y niñas con mejores condiciones, por una economía más sólida y diversa.
Así que no, la igualdad no es solo un tema de marchas o discursos políticos. Es también tomar nuestras decisiones y tener el control de nuestras vidas.
Alix D. Fernández Mejía
T0 dieron "Me gusta"Publicado en Antropología y Género, Derecho, Economía, Humanidades
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