¿Evolución o ruptura? Ensayo sobre la lectura «¿Por qué trabajar hacia la autonomía de las mujeres?». 

El texto objeto de estudio se presenta como una reflexión profunda sobre la construcción de la autonomía femenina. Sin embargo, a medida que se desarrolla, lo que aparenta ser una propuesta liberadora termina convertido en un discurso autocentrado, contradictorio y victimista. La idea central gira en torno a la necesidad de que las mujeres se prioricen, se reconstruyan desde el “yo” y abandonen las responsabilidades históricas que las han atado a lo familiar, lo afectivo y lo colectivo. Pero esta propuesta, mas allá de los estigmas socialmente preestablecidos, lejos de impulsar un cambio real o equitativo, termina fragmentando la identidad femenina y vaciándola de su dimensión humana.

Uno de los elementos más problemáticos del texto es la forma en que plantea la relación entre las mujeres y su entorno. Se sugiere que para alcanzar una identidad auténtica, la mujer debe dejar atrás todo lo que la relaciona con los demás, porque supuestamente ese “estar para otros” la ha desdibujado. Se acusa a la familia, a la maternidad, incluso al acto de cuidar, como espacios que impiden el desarrollo individual. Esta postura no solo es injusta, sino profundamente errada. No son los vínculos los que limitan el crecimiento de una persona, sino la falta de libertad dentro de ellos. Y en lugar de apostar a resignificar estos espacios, el texto los descarta, como si el compromiso afectivo fuese un lastre a superar.

Esto es aún más grave cuando se profundiza en el uso del término “egoísmo”. A lo largo del ensayo se denuncia el “egoísmo patriarcal” como una estructura de opresión. Pero contradictoriamente, se presenta el “egoísmo femenino” como una virtud necesaria para el desarrollo personal. Esta distinción es incoherente: no se puede justificar el individualismo bajo una bandera ética cuando se rechaza bajo otra. El egoísmo no cambia su naturaleza por el género desde el cual se ejerce. Y si bien en las últimas páginas se intenta suavizar el mensaje, aclarando que no se trata de dañar a los demás, ese giro llega demasiado tarde. El resto del texto ya construyó un relato claro: hay que centrarse en una misma, incluso si eso implica abandonar el rol que alguna vez se asumió.

Más allá de esta contradicción evidente, el texto también cae repetidamente en el victimismo. Hay una tendencia constante a justificar cualquier decisión personal como consecuencia directa del patriarcado. Frases como “las mujeres somos controladas a través de la culpabilización” y “Además, dependemos de ellos y ejercen formas legítimas de dominio y control sobre nosotras” ejemplifican esto. En lugar de asumir responsabilidad sobre las propias decisiones, se traslada el peso a una figura difusa: el sistema. Incluso se menciona a mujeres con “privilegios patriarcales”, como forma de explicar sus conductas, evitando así hacerlas responsables. Esta lógica no es nueva. Autoras como Camille Paglia o Christina Hoff Sommers ya han advertido que parte del feminismo contemporáneo se ha alejado del pensamiento crítico y se ha encerrado en un discurso que premia la queja antes que la construcción.

Lo más preocupante es que esta narrativa no busca mejorar la convivencia ni generar una transformación colectiva. En vez de decir “vamos a crecer juntos como sociedad”, se plantea que unas deben crecer por encima de otros. El feminismo que busca igualdad debería promover una evolución conjunta: si las mujeres crecen, los opuestos también; si uno mejora, mejora el entorno. Pero este texto propone una evolución selectiva, centrada en el yo femenino, que no considera la corresponsabilidad como parte esencial del cambio. La búsqueda del nuevo yo, tal como se plantea aquí, no tiene raíces, no tiene vínculos. Y sin eso, no hay sociedad que se sostenga.

En lugar de proponer a la mujer como una fuerza transformadora en su entorno —como educadora, como guía, como constructora de nuevas generaciones—, el texto la reubica como alguien que debe alejarse de todo eso para encontrarse a sí misma. Una visión incompleta, desconectada, que no solo rompe con la historia del feminismo, sino que lo reduce a una causa individual, desprovista de ética colectiva.

El resultado es un relato que, en su intento de liberar, termina aislando; que, en su afán de empoderar, olvida la humanidad compartida. Un discurso que no reconoce que en la vida real —la de todos los días— los cambios más valiosos no se hacen huyendo del rol, sino resignificándolo. El verdadero poder no está en desentenderse de los demás, sino en influir positivamente en ellos. No se trata de adaptarse a lo que se espera ser socialmente, sino de crecer juntos como sociedad. El feminismo que realmente transforma es el que se construye desde la conciencia, no desde el resentimiento. No estoy en contra de la búsqueda de lo que creen merecer, solo considero que deben ser congruentes con sus propias palabras.

T0 dieron "Me gusta"Publicado en Feminismo, Género

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