Manual para magos rechinadores: todo sobre el bruxismo sin recurrir a Snape

Si alguna vez te has despertado con la mandíbula adolorida, los dientes sensibles o sientes que estás masticando problemas en lugar de comida, puede que estés viviendo algo que no es precisamente magia oscura, sino una condición bastante mundana pero peligrosa: el bruxismo. Imagínate a Hermione en quinto año de Hogwarts, tan estresada por los TIMOs que se la pasaba apretando la mandíbula mientras estudiaba encantamientos. Bueno, algo así, pero sin varita mágica que lo arregle.

El bruxismo es como ese compañero de clase que no hace mucho ruido, pero cuando te das cuenta, ya te ha desorganizado toda la carpeta. Específicamente, el Instituto Nacional de Investigación Dental y Craneofacial del National Institutes of Health (NIH) (1) lo define como una actividad en la que los dientes son apretados, crujidos o rechinados y el problema es que muchas veces no te das cuenta hasta que tus dientes gritan ¡auxilio! 

Hay dos formas principales: el bruxismo del sueño, que ocurre cuando duermes (y es más común de lo que crees), y el bruxismo de vigilia, ese que aparece cuando estás haciendo tareas, manejando en el tráfico o intentando no perder la paciencia en una fila del banco. Sin embargo, aunque ambos tipos son relevantes, el bruxismo nocturno ha recibido mayor atención desde el punto de vista clínico:

Según Oyarzo, Valdés y Bravo (2), el bruxismo del sueño puede ser rítmico (como un tambor muy desafinado) o no rítmico, y no siempre indica que haya una enfermedad detrás. De hecho, está catalogado como una parasomnia motora, algo así como un movimiento involuntario que ocurre durante fases ligeras del sueño… piensa en esos momentos en que estás a punto de quedarte dormido y de repente das un brinco; algo parecido pasa con la mandíbula, pero en versión rechinadora. Por otro lado, el bruxismo de vigilia está más relacionado con el estrés diario y con ese hábito de «aguantarse las ganas» de llorar, de gritar, de decir lo que piensas… y lo que no se dice, ¡se mastica! Y ahí está el pobre esmalte dental pagando los platos rotos.

Desde otro punto de vista, los expertos Frugone y Rodríguez (3) lo clasifican en bruxismo primario o idiopático (cuando no hay una causa médica clara), y bruxismo secundario, que puede estar relacionado con medicamentos, trastornos neurológicos o incluso psiquiátricos. También hay diferencias en cuanto al momento del día: mientras que el diurno es más consciente, el nocturno es totalmente involuntario, como si tu cuerpo tuviera vida propia en las horas de sueño.

¿Y qué pasa dentro del cerebro? Pues aquí la cosa se pone un poco química. Parece que todo tiene que ver con la dopamina, ese neurotransmisor (mensajero químico que básicamente le dicen al cuerpo qué hacer) que nos da sensación de recompensa y que, cuando se desequilibra, puede volver a tu mandíbula una máquina de triturar preocupaciones (2,3).

Además, sustancias como el alcohol y la cafeína pueden potenciar esta actividad mandibular descontrolada (2,3). Y sí, puede que ese café extra que tomaste para sobrevivir a la jornada de parciales también le esté pasando factura a tus dientes, porque en esta historia, ni siquiera el espresso es inocente. Además, se ha observado una correlación entre el tabaquismo y el bruxismo nocturno, aunque no está claro si esta relación es directa o mediada por factores como la sequedad bucal o ciertos mensajeros químicos del cuerpo que se activan y desatan el caos en la mandíbula (2,3).

En los últimos años, el bruxismo se ha convertido en una condición estrechamente ligada al estilo de vida moderno. Las condiciones de estrés crónico y los trastornos del sueño han aumentado de forma alarmante la prevalencia de esta parafunción oral. Como ejemplo de ello, tenemos que, hace unos años, cuando nos llegó la pandemia y de repente estábamos todos encerrados en casa, haciendo videollamadas en pijama y preguntándonos si los días seguían teniendo 24 horas, muchos comenzaron a experimentar algo raro: se despertaban con dolor de mandíbula, o con la sensación de haber masticado una piedra toda la noche y no, no era una nueva travesura de Fred y George Weasley, era bruxismo… versión pandemia.

Y es que en el mundo post-2020, el bruxismo ha encontrado su momento estelar. Según la Escuela de Odontología de la Universidad de Monterrey (4), los casos aumentaron de forma considerable tras el confinamiento, debido al estrés, la ansiedad, los cambios de rutina y hasta el uso prolongado de pantallas. Porque es que no hay hechizo que contrarreste los efectos de estar 8 horas seguidas frente a Zoom o Teams. Todo esto afecta directamente la calidad del sueño. Y como ya nos contaron Oyarzo et al. (2), el bruxismo del sueño suele aparecer cuando estás en una parte del sueño que no es tan profunda, justo en esos momentos en los que el cuerpo se medio despierta por un segundo (como si dijera “¡atención, algo pasa!”), pero tú ni te das cuenta porque sigues dormido. Es ahí cuando la mandíbula entra en acción.

Lo interesante, y un poco preocupante, es que el bruxismo no solo es un reflejo físico, sino también un espejo del estado emocional. Frugone y Rodríguez (3) explican que cuando estamos expuestos a emociones intensas (como cuando te enteraste de que tenías que presentar cinco parciales en la misma semana), el sistema nervioso simpático se activa, se desborda la dopamina y la mandíbula… empieza a trabajar solita. Este fenómeno también se ha visto en niños. Sí, esos mini magos de entre 6 y 8 años que todavía no lanzan hechizos, pero ya aprietan los dientes como si estuvieran cuidando su Patronus. Algunos estudios han encontrado que estos niños tienen niveles altos de una sustancia llamada epinefrina (algo así como la alarma interna del cuerpo cuando hay estrés o miedo). Eso quiere decir que, aunque sean chiquitos, el bruxismo también puede ser una forma de sacar tensiones o preocupaciones que no saben cómo expresar, como cuando están tristes, asustados o estresados por el colegio (3).

Y en adolescentes y adultos jóvenes, ¡ni se diga! Justo cuando están enfrentando exámenes, decisiones vocacionales, relaciones complicadas y esas preguntas existenciales tipo “¿seré Gryffindor o Slytherin?”, el bruxismo se convierte en una especie de respuesta silenciosa a todo ese caos. Entre los 15 y 25 años, su prevalencia se dispara y se mantiene relativamente constante hasta los 35 años (3).

¿Y lo más irónico? Mucha gente ni siquiera sabe que lo tiene. Tal vez alguien te dijo: “oye, anoche estabas rechinando los dientes como si intentaras romper un candado”. O quizás fue tu odontólogo de confianza quien lo notó por el desgaste en tus molares. En cualquier caso, el National Institutes of Health (NIH) (1) indica que el diagnóstico muchas veces llega por casualidad, cuando los síntomas ya están tocando la puerta con fuerza: dolor mandibular, sensibilidad, dolores de cabeza al despertar, etc.

Cuando el bruxismo se detecta tarde… pues ¡ya es tarde! El esmalte está gastado, las articulaciones mandibulares se quejan, y masticar chicle se vuelve una tortura. La Clínica Universidad de Navarra (5) advierte que entre los signos más frecuentes están el aplanamiento de los dientes, fracturas, dolor de la articulación temporomandibular (ATM), y dificultades para abrir o cerrar la boca completamente. Además, si sumamos una higiene oral descuidada o una dieta rica en ácidos (hola, bebidas energéticas), el riesgo de caries y sensibilidad se eleva más que una escoba mágica en un partido de Quidditch.

Y lo peor es que el impacto no solo es físico. El dolor facial crónico, el mal dormir y la tensión constante pueden afectar el estado de ánimo y la productividad (2). Porque dormir bien no es solo descansar, es recargar magia. Y cuando eso falla, todo falla.

Ahora que sabemos que el bruxismo no es una maldición del profesor Snape, sino una parafunción bastante real (y común), toca hablar de cómo enfrentarlo sin recurrir a pociones mágicas ni encantamientos. Porque sí, aunque el estrés te convierta en una especie de «apretador compulsivo», hay formas reales y accesibles de tratar este asunto antes de que termines con los dientes tan planos como un pergamino usado.

Todo comienza por identificar al culpable. Oyarzo, Valdés y Bravo (2) proponen tres niveles de certeza diagnóstica:

  • Bruxismo posible: cuando tú mismo notas que estás apretando o alguien más lo menciona (tipo tu compañero de cuarto que no pudo dormir porque pensó que estabas mascando grava).
  • Bruxismo probable: cuando el odontólogo ve signos claros en tu boca (desgaste, dolor muscular, etc.).
  • Bruxismo definitivo: se confirma con una polisomnografía, una especie de estudio del sueño que incluye grabaciones y sensores para ver qué hace tu mandíbula mientras tú sueñas con dragones.

Y, ¿Siempre hay que tratarlo? No necesariamente. El National Institutes of Health (NIH) (1), dice que si no tienes dolor, no se están desgastando tus dientes ni estás afectando tu descanso, quizás solo necesites monitoreo, como cuando Filch vigila sin intervenir… todavía. Pero si hay síntomas, ¡hay que actuar!:

  • La férula: tu escudo anti-rechinamiento

Así, uno de los tratamientos estrella son los dispositivos intraorales, también conocidos como férulas o protectores nocturnos. Son como un escudo mágico entre tus dientes superiores e inferiores, evitando que se destruyan entre ellos. Pero ojo: no cualquier plástico sirve. Las férulas deben ser hechas a medida. Usar una genérica de farmacia puede ser como usar la capa de invisibilidad de otra persona… simplemente no funciona bien y puede terminar haciendo más daño que bien (2).

El tipo de férula dependerá de qué tan serio es el asunto: si el caso es leve, una férula estabilizadora rígida puede ser suficiente. Mientras que, si hay dolor en la ATM, se puede usar una más compleja que incluso modifique cómo muerdes (2). Y como todo hechizo bien hecho, estas férulas deben revisarse con regularidad para asegurar que sigan funcionando sin efectos secundarios indeseados.

  • Toxina botulínica: ¿un hechizo arriesgado?

El bótox tipo A puede parecer una opción “peligrosamente atractiva”: relaja los músculos masticatorios, como si les lanzaras un “calma, mandíbula”. Algunos estudios muestran que alivia el dolor, pero no está claro si realmente evita que sigas apretando los dientes (2). El problema es que sus efectos son temporales (duran de 3 a 6 meses), y abusar de él puede debilitar demasiado los músculos, causar sequedad bucal, molestias al tragar, dolor de cuello e incluso afectar el hueso mandibular. Por eso, expertos como Jeffrey Okeson (6) aconsejan usarlo solo cuando otras opciones más seguras no funcionan.

  • Relajarse, pero enserio

La estrategia que nunca pasa de moda (ni en Hogwarts ni en el mundo real) es manejar el estrés. Incorporar rutinas de relajación como yoga, meditación, o respiración consciente puede marcar una diferencia real (1). No estamos hablando de «ommm» fingido, sino de entrenar al cuerpo y a la mente para no convertir cada problema en una mordida involuntaria.

La terapia psicológica también puede ser clave, sobre todo si cargas con ansiedad, frustraciones o traumas que no se resuelven solo con morder una almohada. Según Frugone y Rodríguez (3), las personas con bruxismo suelen tener niveles más altos de dopamina y epinefrina en orina; es decir, su sistema nervioso está en constante modo alerta, y no, eso no es sano ni para la boca ni para la mente.

  • Otros enfoques: atacar la causa de fondo

A veces, el bruxismo es solo un síntoma. Si está relacionado con apnea del sueño, tratar esta condición puede disminuir también los eventos de bruxismo. Lo mismo ocurre si el problema está en el reflujo gástrico, la sequedad bucal o incluso ciertos medicamentos que estás tomando (como antidepresivos o neurolépticos) (2,3). En estos casos, es importante hablar con el médico para ver si hay ajustes posibles sin afectar tu tratamiento principal.

  • Educación: el encantamiento más poderoso

Por último, no subestimes el poder de estar informado. Enseñar al paciente sobre el bruxismo, sus causas y formas de manejarlo es como entregar un mapa para no perderse en el Bosque Prohibido. La educación empodera, permite tomar decisiones y reduce la necesidad de intervenciones invasivas y la dependencia de soluciones externas (2).

Autoras

  1. Gabriela Sofía Valdelamar Puello
  2. Sofía Cabarcas Lizcano
  3. Ana Lucía Gómez Díaz

Bibliografía

1. Instituto Nacional de Investigación Dental y Craneofacial del National Institutes of Health (NIH). El bruxismo | National Institute of Dental and Craniofacial Research [Internet]. 2024 [citado 23 de mayo de 2025]. Disponible en: https://www.nidcr.nih.gov/espanol/temas-de-salud/el-bruxismo

2. Oyarzo JF, Valdés C, Bravo R. Etiología, diagnóstico y manejo de bruxismo de sueño. Rev Médica Clínica Las Condes. 1 de septiembre de 2021;32(5):603-10.

3. Frugone Z, Rodriguez A. Bruxismo. Av Odontoestomatol. 2003;19(3).

4. Escuela de Odontología de la Universidad de Monterrey. Bruxismo, un efecto de la pandemia | UDEM [Internet]. 2022 [citado 23 de mayo de 2025]. Disponible en: https://www.udem.edu.mx/es/ciencias-de-la-salud/noticia/bruxismo-un-efecto-de-la-pandemia

5. Clínica Universidad de Navarra. https://www.cun.es. 2023 [citado 23 de mayo de 2025]. Bruxismos y bruxismo nocturno | Tratamiento | CUN. Disponible en: https://www.cun.es/enfermedades-tratamientos/enfermedades/bruxismo

6. Okeson J, Porto FB, Furquim BD, Feu D, Sato F, Cardinal L. An interview with Jeffrey Okeson. Dent Press J Orthod. 2018;23(6):30-9. 

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