Creo que la mayoría de ciudadanos nunca hemos usado el término “orden patriarcal” para describir ciertas dinámicas que hemos visto toda la vida. Sabía que existían comportamientos masculinos que se repetían, ciertas jerarquías que parecían inevitables y relaciones donde unos imponían su voluntad sobre otros, pero no tenía una palabra que las explicara. Al leer sobre el concepto y analizar las ideas de Lagarde y de los Ríos (2022), experimenté la sensación de finalmente ponerle nombre a algo que siempre existió, aunque no lo hubiera percibido de manera consciente.

Esa comprensión nueva hizo que El poder del perro se transformara para mí. Ya no la vi solo como una película sobre vaqueros y tensiones familiares, sino como una ventana para observar cómo funciona ese orden que coloca a los hombres en posiciones de poder, legitima su autoridad y condiciona lo que pueden o no pueden sentir. La historia empezó a hablarme en otro idioma, uno en el que las emociones, los silencios y las violencias ya no eran detalles aislados, sino parte de un sistema.

Phil, por ejemplo, me impactó de una manera distinta. Siempre lo había visto como un hombre fuerte y cruel, pero ahora lo interpreto como alguien atrapado en un papel. Su rudeza, su manera de humillar a los demás y su actitud vigilante no parecen rasgos naturales, sino un disfraz impuesto por un modelo de masculinidad que lo obliga a mostrarse superior, impenetrable, casi inhumano. Lagarde y de los Ríos explican que el patriarcado concentra poder en el género masculino y lo legitima culturalmente (2022, p. 85). En Phil eso es evidente: él actúa como si la violencia y el desprecio fueran parte de su identidad, pero en realidad son el resultado de un mandato social.

George, en contraste, representa otro tipo de masculinidad, más tranquila y más afectiva, y sin embargo también es víctima de ese orden. Aunque se comporta de forma distinta a Phil, tampoco logra enfrentarlo. Esa incapacidad de intervenir me hizo pensar en cuántas veces los hombres, incluso los que no comparten la violencia, se quedan paralizados frente a quienes sí la ejercen. No por maldad, sino por miedo a romper la estructura que sostiene su lugar en el mundo. Es un silencio que también lastima.

Peter fue el individuo que más impactó mis emociones internas. Su personalidad contradice por completo la lógica del patriarcado: no pretende mostrarse resistente, exhibe su sensibilidad abiertamente y evita participar en la rivalidad que otros varones parecen ver como algo habitual. En su caso comprendí lo que Lagarde denomina “diferentes tipos de fortaleza”: la habilidad para desenvolverse en la vida sin estar forzado a cumplir con la exigencia de ser “más masculino” que los demás. Esa diferencia suya no lo debilita; al contrario, lo hace libre de una presión que destruye a quienes sí la siguen.

Sin embargo, lo que más me tocó de la película fue la fragilidad oculta de Phil. Detrás de toda su prepotencia se encuentra un hombre sumamente solitario, que se ve obligado a rechazar aspectos fundamentales de sí mismo para mantener una fachada. Cuando la película expone esa parte íntima —su temor, su melancolía, su deseo de cariño— comprendí que el patriarcado no solo daña a quienes están en las posiciones inferiores de la jerarquía, sino también a quienes tratan de mantenerse en la cúspide. Asumir el rol de “el más hombre” es una pesada carga que acaba fracturando a aquellos que intentan sostenerla.

Lagarde y de los Ríos señalan que la violencia se presenta como si fuera natural, y esa ilusión hace que no se cuestione su origen ni su función social (2022, p. 91). El poder del perro me mostró esa idea de forma muy humana: Phil no nació violento; fue moldeado para serlo. Y esa imposición termina volviéndose contra él mismo.

Al concluir la película, experimenté una mezcla de tristeza y lucidez. Por una parte, es doloroso observar cómo los personajes se autodestruyen al intentar satisfacer expectativas que nadie eligió voluntariamente. Por otra parte, entendí que desafiar el sistema patriarcal no solo implica proteger a las mujeres, sino también liberar a los hombres de las presiones emocionales que los agobian. La sociedad no debería imponer la dureza perpetua ni el desdén como formas de validación.

Ver El poder del perro con este nuevo entendimiento me hizo pensar que la verdadera transformación no es únicamente legal o institucional, sino también emocional. Implica reconocer que hay diversas maneras de ser hombre, y que muchas de ellas no encajan en lo que ese orden tradicional ha querido imponer durante generaciones.

Y, sobre todo, implica aceptar que mostrarse vulnerable no es debilidad, sino humanidad.

T0 dieron "Me gusta"Publicado en Derecho, Humanidades

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