El día de ayer, en medio de mi cotidianidad, me extrañé al ver a una mujer manejando moto. “Qué raro, qué inusual” —pensé. Ese pensamiento me inquietó. Me pregunté de inmediato: ¿Estoy siendo machista por mirar esto con tanto asombro? (Tradicional vs Moderno- Teoría feminista de la autonomía.)
Ese pequeño detalle me llevó a observar con más detenimiento. Conté una moto, dos, diez, quince, veinte o más, pero no vi más mujeres conduciendo. Y entonces me cuestioné: yo tampoco sé manejar moto. ¿Por qué? ¿Acaso no tengo la misma capacidad que cualquier otro ser humano para aprender, actuar y razonar?
Llegué a la conclusión de que ese no era el problema. La verdadera razón es que delegué esa responsabilidad a otros sin cuestionarlo. Nunca me pregunté si quería (o si podía) tener la autonomía de controlar mi seguridad y mi movilidad.
Pensé también que, durante ese trayecto, quien conduce es quien analiza, toma decisiones, dirige y tiene literalmente el control de otra vida. Y me pregunté: ¿No es eso una forma de tener la delantera en muchas situaciones? Quien conduce está más entrenado para liderar, resolver conflictos, reaccionar rápidamente.
¿Y acaso eso no refuerza un mensaje implícito en nuestra sociedad? El mensaje de que los hombres son los que saben tomar las decisiones importantes. Porque «si una mujer no sabe manejar una moto o un carro, ¿cómo va a manejar un país, una institución o una empresa?»
Pero este ejemplo de las motos no es exclusivo; hemos estado en el asiento de acompañante en los deportes, en la ciencia, en los oficios de seguridad, en las matemáticas.
Y no porque los hombres nazcan más capaces o inteligentes, sino porque históricamente se les han dado más oportunidades para desarrollar esas habilidades. Mientras ellos están en la búsqueda, en la acción, en el debate, las mujeres permanecen en un lugar pasivo. Y desde el lugar del espectador, no hay lugar para participar o liderar.
Entonces, ¿cómo vamos a ver a una mujer conduciendo si desde pequeña se le dijo que eso no era para ella, que mejor no aprendiera, que era peligroso, que no lo necesitaba y que no se preocupara, que su tío, hermano, papá, vecino o amigo lo haría por ella?
Lo que se esconde detrás de ese discurso no es preocupación real, ni protección; es una negación sistemática de nuestra autonomía. Una forma disfrazada de control que pretende justificar por qué no deberíamos manejar, salir solas, viajar, trabajar o tomar decisiones por nosotras mismas.
Nadie se pregunta por qué no lo hacemos; solo se repite que no deberíamos hacerlo. Nunca se cuestiona el origen de esas ideas, ni se reconoce todo lo que se nos ha negado.
Por eso pienso que en lo que la sociedad nos considera «buenas» o «malas», no es una cuestión de talento, es una cuestión de práctica y repetición. Y, más aún, es una cuestión de imposición. Fue lo que tocaba, lo que se esperaba, lo que estaba disponible.
No es que no queramos estar al frente, es que rara vez nos enseñaron que podíamos hacerlo. Desde pequeñas, se nos asignaron tareas ligadas al cuidado, a lo emocional, a lo doméstico. Nos prepararon para acompañar, no para decidir.
Por eso, la autonomía nos devuelve la posibilidad de ser individuos, y nos aleja de esa categoría excluyente que dicta cómo debe actuar una mujer, cómo debe pensar o qué debe desear. Ya no se trata de “actuar como mujer”, sino de elegir como persona.
Gracias a esa autonomía, hoy las mujeres deciden ser futbolistas, se postulan a la presidencia, lideran empresas, hacen ciencia, son ingenieras y luchan por la justicia. Y gracias a eso, también, yo ahora mismo, puedo elegir qué escribir o qué no. Porque incluso decidir qué decir y qué callar, también es autonomía.
Y es lo que el feminismo intenta demostrar, que la verdadera igualdad no empieza, sino en la posibilidad de elegir. Porque solo cuando una mujer sabe que puede aprender cualquier cosa, trabajar en lo que quiera, pensar por sí misma y proponer en espacios políticos y sociales, se empieza a construir una sociedad más completa y justa.
T0 dieron "Me gusta"Publicado en Antropología y Género, Derecho, Humanidades
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