Es bien sabido que, contrario a nuestros días, en Roma no se distinguía la moral del derecho pues «Ius est ars boni et aequi».
Leyendo a los clásicos encontré un dilema que plantea Cicerón: un comerciante lleva trigo desde Rodas a Alejandría para venderlo en tiempos de escasez y hambre. El comerciante sabe que más mercaderes vienen detrás de él con más trigo. Entonces, se pregunta si debe informar a los habitantes de Rodas sobre la llegada de esos otros comerciantes, lo que podría bajar el precio del trigo, o si debería guardar silencio y vender su mercancía al precio más alto posible.
Cicerón menciona dos posturas. Por un lado, Diógenes de Babilonia opinaba que el vendedor debía revelar solo lo que la ley civil exigía, y en lo demás, podía buscar la mayor ganancia posible, ya que no era necesario compartir todo lo que pudiera beneficiar a la otra parte. Por otro lado, Antípatro de Tarso creía que esa información debía ser compartida, ya que beneficiaba tanto al interés general como al particular.
Finalmente, Cicerón resuelve el dilema afirmando que el comerciante no debió ocultar nada a los rodios, porque «el ocultar no consiste en callar una cosa cualquiera, sino querer en tu provecho que lo que tú sabes lo ignoren aquellas personas a quienes sería útil el saberlo». (Cicerón, Marco Tulio. Sobre los deberes, 3-12, Trad. J. Guillén, Madrid: Alianza Editorial, 2001, p. 188 y ss).
Cuadro: Imagen creada por IA. (Cicerón reflexionando, tiene de fondo el antiguo foro romano, estilo neoclásico).
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