Han pasado ya 35 años desde la caída del muro de Berlín, ese momento que marcó no solo el fin del último baluarte soviético, sino también el principio de una narrativa triunfalista del capitalismo global. La victoria de Occidente, celebrada por la tríada Reagan-Thatcher-Pinochet, pareció sellar el destino de la humanidad bajo la égida del neoliberalismo, presentándolo como el único horizonte posible para la organización de nuestras sociedades.
El “there is no alternative” de Thatcher resonó como un mantra que colonizó no solo nuestras economías, sino también nuestros imaginarios y deseos. Sin embargo, la historia tiene una forma irónica de revelar las grietas en los monumentos que creemos eternos. La crisis del 2008 no fue simplemente un tropiezo financiero: fue el momento en que el espejo se quebró, revelando la naturaleza profundamente depredadora de un sistema que se alimenta de la desigualdad. Mientras Wall Street era rescatado con dinero público, millones perdían sus hogares y empleos, exponiendo una verdad que el sistema intenta ocultar: la riqueza no se crea, se acumula y se extrae. El flujo de recursos desde las periferias hacia los centros de poder, una dinámica que comenzó con la colonización y continúa hoy bajo nuevas máscaras digitales y financieras, sigue alimentando una maquinaria que convierte la vida misma —humana y no humana— en mercancía.
En este paisaje de ruinas y promesas rotas emerge la voz de Mark Fisher, quien en su “Realismo capitalista” no solo desnuda la falacia del “no hay alternativa”, sino que nos desafía a imaginar lo impensable. Fisher comprende que nuestra tragedia no es solo económica: es una crisis de la imaginación. Hemos llegado al punto donde, como él señala, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Esta parálisis de la imaginación política no es accidental: es el resultado de décadas de colonización cultural y epistémica que han naturalizado la idea de que el mercado es el único mediador posible de las relaciones humanas.
Sin embargo, Fisher no se detiene en la crítica: nos invita a soñar y construir una modernidad alternativa. Una modernidad donde la tecnología y la producción en masa no sean instrumentos de dominación sino herramientas de liberación colectiva. Donde lo público no se reduzca al Estado centralizado ni a la suma de individuos atomizados, sino que emerja como un espacio de construcción común y democrática. Este llamado resuena con especial urgencia en nuestro presente, donde la crisis climática, la precarización generalizada de la vida y el colapso de los sistemas de cuidado nos obligan a reconocer que la verdadera utopía es creer que podemos continuar como hasta ahora.
Es aquí donde la arqueología anarquista emerge no como un mero ejercicio académico, sino como una poderosa herramienta de liberación imaginativa. Su metodología, que combina el rigor científico con una crítica radical a las jerarquías establecidas, nos permite excavar no solo en las capas de la tierra, sino en las capas de posibilidad que el capitalismo ha intentado enterrar. A través del estudio sistemático de la cultura material, la arqueología anarquista revela cómo diversas sociedades a lo largo de la historia han desarrollado formas de organización social que desafían directamente los supuestos “naturales” del capitalismo.
Desde las sociedades igualitarias del Paleolítico hasta las comunidades autogestionadas precoloniales, la evidencia material nos muestra que la humanidad ha sido capaz de prosperar sin las estructuras jerárquicas que hoy consideramos inevitables. El registro arqueológico revela patrones de vida comunitaria donde la acumulación privada era vista como una anomalía, no como un ideal; donde las decisiones se tomaban colectivamente sin necesidad de estructuras estatales coercitivas; donde el conocimiento y los recursos se compartían en redes de reciprocidad que abarcaban vastas regiones.
La arqueología anarquista no solo documenta estas alternativas históricas: nos proporciona un método para desenterrar y reactivar estas posibilidades en nuestro presente. Al estudiar cómo diferentes sociedades han resuelto sus necesidades materiales y sociales sin recurrir a la explotación sistemática, nos ofrece modelos concretos para reimaginar nuestras propias relaciones sociales. No se trata de una nostalgia romántica por un pasado idealizado, sino de reconocer que la diversidad de formas de organización social que han existido amplía nuestro horizonte de lo posible.
Esta perspectiva arqueológica, al revelar la contingencia histórica del capitalismo, desarma directamente el argumento de Thatcher. No solo hay alternativa: han existido múltiples alternativas a lo largo de la historia humana, cada una adaptada a sus contextos específicos pero todas demostrando que la organización jerárquica y la acumulación privada no son inevitables. La evidencia material se convierte así en una forma de resistencia contra el realismo capitalista, proporcionando no solo la prueba de que otros mundos son posibles, sino también las herramientas metodológicas para imaginarlos y construirlos.
T0 dieron "Me gusta"Publicado en Antropología y Género, Humanidades
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