Por: Anyela Ortega y Nathaly Ospino
A lo largo de la historia de la humanidad, la evolución del ser humano ha sido marcada por una serie de cambios en diversos aspectos, incluyendo la estructura y función de la familia. La familia ha desempeñado un papel fundamental en este proceso, influyendo en la seguridad y el legado de los individuos, así como en la perpetuación de normas morales que perduran hasta nuestros días. Una de estas teorías, propuesta por Friedrich Engels, nos menciona que, en las sociedades primitivas, la función principal de la familia era la reproducción de la especie. En estas sociedades, la exclusividad de la pareja no estaba establecida y el libertinaje era común. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, se fueron introduciendo elementos que transformaron el comportamiento de estas comunidades. Se comenzó a formar familias monógamas (relación de dos personas), lo que condujo a lo que hoy en día conocemos como civilización.
El papel de la mujer en la estructura familiar ha experimentado transformaciones significativas a lo largo de la historia, especialmente en la antigüedad. En este contexto, se observan dos escenarios distintos que delinean la percepción de la mujer en la sociedad y en la familia. En primer lugar, se la concebía principalmente como un instrumento para la procreación, un medio a través del cual la comunidad podía asegurar su continuidad y obtener nuevos miembros, especialmente guerreros. La incapacidad de una mujer para engendrar un hijo varón era considerada deshonrosa en algunas culturas. Sin embargo, simultáneamente, se le atribuía un alto grado de respeto y admiración, ya que era la responsable de asegurar la progenie de la tribu, un papel vital para la supervivencia y el crecimiento de la comunidad. Esta dualidad en la percepción de la mujer en la antigüedad refleja las complejidades y contradicciones de su papel en la sociedad.
Además, en los primeros tiempos, las mujeres mantenían relaciones sexuales con varios hombres, lo que sugiere una falta de exclusividad en las parejas. Sin embargo, con el paso del tiempo, factores como las influencias de las culturas religiosas con sus valores morales, así como la emergencia del capitalismo, desempeñaron un papel crucial en la evolución de la familia y en la regulación de la sexualidad femenina.
Friedrich Engels sugiere que el capitalismo, al promover la acumulación de propiedades privadas, generó la necesidad de establecer una regulación sobre la descendencia. Sin una clara determinación de la filiación, resultaba difícil transmitir la riqueza y el patrimonio a las generaciones futuras, lo que potencialmente podría conducir al caos y a conflictos inherentes. No obstante, es importante señalar que no se puede atribuir este cambio exclusivamente al capitalismo, ya que múltiples factores, como las transformaciones sociales, culturales y económicas, también jugaron un rol importante en este proceso. Otras prácticas que tuvieron una variación fueron la promiscuidad y las relaciones incestuosas; que eran muy comunes en las sociedades antiguas, ya que el conocimiento sobre los riesgos asociados a la consanguinidad llevó a uniones de individuos sin ningún tipo de parentesco, el cual disminuyó el riesgo de enfermedades genéticas.
Si bien en sociedades primitivas la familia estaba centrada en la seguridad y supervivencia de la descendencia directa, en la actualidad se reconoce una amplia gama de estructuras familiares en la cual la idea de que una familia consiste únicamente en una pareja heterosexual ha sido desafiada por la aceptación cada vez mayor de parejas homosexuales. Asimismo, el concepto de matrimonio ha ampliado su alcance para incluir formas de unión como la “unión marital de hecho” o “unión libre”, en las cuales las parejas viven juntas, tienen hijos e incluso mascotas y comparten muchas prácticas asociadas al matrimonio, aunque no estén legalmente casadas.
Engels enfatiza el papel económico y social de la familia, pero descuida la influencia psicológica que esta tiene en el desarrollo humano. La familia no solo provee un entorno económico, sino que también desempeña un papel crucial en la formación de la identidad y el bienestar emocional de sus miembros. Además, al centrarse únicamente en los aspectos económicos y sociales, se descuidan los posibles riesgos y desafíos que pueden enfrentar los individuos dentro de la dinámica familiar. Asimismo, la concepción tradicional de roles de género en la familia, donde el hombre es el proveedor y la mujer es la procreadora y cuidadora, refleja una perspectiva machista que limita las oportunidades y expectativas de género. Esta visión estereotipada de los roles familiares no refleja la diversidad de experiencias y capacidades de las personas, ni permite una distribución equitativa de responsabilidades dentro del hogar. Además, al generalizar la función y estructura de la familia, se pasa por alto la diversidad cultural y las diferentes formas en que las familias pueden funcionar en distintas sociedades. Cada cultura tiene sus propias normas y valores familiares, y lo que puede ser considerado funcional en una sociedad puede no serlo en otra. Por lo tanto, es importante considerar la diversidad cultural al analizar la funcionalidad y el significado de la familia en diferentes contextos.
En conclusión, la familia ha experimentado una evolución significativa a lo largo de la historia, desde sus orígenes en las sociedades primitivas hasta las diversas formas que adopta en la actualidad. Su papel fundamental en aspectos como la seguridad, la transmisión de normas y valores, y el apoyo emocional sigue siendo relevante. Aunque teorías como la de Friedrich Engels han arrojado luz sobre su evolución económica y social, es crucial reconocer la complejidad de la familia, incluidos los aspectos psicológicos, culturales y la diversidad de estructuras familiares.
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