La
búsqueda de nuestra identidad femenina parece un camino sin fin. A lo largo de
los años, muchas mujeres, con una voz de lucha y fortaleza, han logrado pintar
partes del lienzo que nos llevaría a la obra maestra: una donde, por fin,
logremos identificar cada uno de nuestros matices y trazos, aquellos que nos
forman no solo como mujeres, sino como personas, pero no aquella que según la
ontología —y citando el texto de Franca Badaglia— han nacido solo para servir
al prójimo. No, aquí pongo en el centro y a luz a aquella que llegó al mundo
para brillar en su color, forma o textura única, que es parte del espectáculo porque
es ella y no porque complementa el fresco.
Sin
embargo, esto no es tan fácil como se pinta, porque el mundo puede renovarse
tantas veces, pero las etiquetas aún pesan en la cabeza del artista, pero ¿por
qué nos pesan más a nosotras?, ¿Es qué acaso no nos queremos en la obra? Y
tristemente muchas veces la respuesta es no. Por eso quiero hablarles del
egoísmo, ese que muchas veces intentamos borrar, es la mancha del cuadro que se
debe cubrir siempre y cuando esté en manos de una mujer, porque es des
virtuoso, desvergonzado e inimaginable, pero cuando el rostro de un hombre
tiene este “venenoso” color pasa completamente desapercibido, porque es natural
y propio de su esencia para alcanzar su autonomía.

No obstante, luego de tantos años, es
necesario decir que se acabó, que nosotras también debemos ser un poco
egoístas. A veces es necesario decir “no”, “es mío”, “no quiero”, “lo necesito
para mí”, porque es lo que le da vida a nuestro paisaje, porque es el vibrante
tono que le falta a cada uno de nuestros cuadros, porque ya pasamos mucho
tiempo destiñendo nuestro arte para darle nuestros colores a alguien más,
porque dicen que debemos callar lo que grita nuestro corazón que no hagamos por
satisfacer, porque debemos dar y apreciar lo poco que nos queda.
¡Ya
basta! Paremos este discurso que no nos lleva a ser más nada que cuadros
secundarios para llenar la sala, porque solo pedimos encontrarnos a nosotras
mismas en este mundo abstracto y complejo, porque conocernos no es egoísta; al
contrario, es el acto más solidario y empático que podemos darles. Puesto que el
egoísmo en ocasiones, es el significado de ser más auténticas, sin miedo, sin
filtros, para entregarle al mundo lo que verdaderamente somos.
Ya
llegó el momento de ser la pintura más bella de la sala. Pues en este acto de
amor propio, de trazo firme y consciente, decimos a todos aquellos que llegan a
saber que nuestro lugar también existe.

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