Aquella tarde, el sol se diluía en tonos cobrizos sobre los tejados antiguos, pintando una despedida silenciosa en el lienzo del cielo. Recuerdo el aroma a café recién molido que escapaba de la ventana, mezclándose con la promesa de una tormenta lejana. Fue entonces cuando la vi: una mariposa monarca, solitaria y majestuosa, posada sobre el marco de la ventana, con sus alas desplegadas como mapas de viajes inimaginables. Observé su quietud, su aparente calma, y por un instante, me pregunté qué secretos guardaría, qué distancias habría recorrido. Su presencia era un recordatorio efímero de la vasta red de conexiones que a menudo pasan desapercibidas en el ajetreo diario. ¿Cuántas otras historias se despliegan a nuestro alrededor sin que las notemos?
La mariposa, con un leve aleteo, se elevó en el aire, danzando en la brisa crepuscular hasta desaparecer tras los árboles. Su partida dejó un eco, una sensación persistente de lo inaudito. Me hizo pensar en todas esas pequeñas ocurrencias, esos momentos que se deslizan por la periferia de nuestra atención, y que, sin embargo, podrían contener la clave de una comprensión más profunda. Quizás la vida no se trata solo de los grandes eventos que marcan hitos, sino de la suma de esos aleteos silenciosos, de las historias que se tejen en los intersticios del tiempo.
Conclusión: ¿Y si cada instante efímero es una pieza vital en el gran rompecabezas de nuestra existencia?
T0 dieron "Me gusta"Publicado en Desarrollo personal
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