En mis sesiones de formación, siempre he notado que, en la etapa de adquisición del conocimiento, suele predominar un tono azul, y en ocasiones aparece un tono naranja, cuando tratamos de llevar lo aprendido a la práctica y a la realidad que viven mis estudiantes en sus contextos. De igual manera, el tono naranja también se hace presente en el espacio de producción, pues es necesario realizar evaluaciones que permitan evidenciar cómo se está desarrollando el proceso formativo. Estas evaluaciones las aplico de manera progresiva, en la medida en que avanzamos en el contenido temático.
Con el tiempo, la experiencia me ha llevado a replantear la forma en que concebimos y llevamos a cabo estos espacios formativos. He comprendido que no basta con transmitir conceptos; es fundamental abrir el camino hacia un proceso colaborativo, donde estudiantes y docentes compartamos la responsabilidad de construir el aprendizaje.
Por eso, hoy busco que el conocimiento no se dé de manera vertical, como una verdad que baja del docente al estudiante, sino en un plano horizontal, donde dialogamos, compartimos y aplicamos lo aprendido en situaciones concretas. En este recorrido también he incorporado un tono verde, que para mí significa indagación: una invitación a que los estudiantes se atrevan a ir más allá, a cuestionar, investigar y descubrir nuevas posibilidades de aprendizaje.
Todas estas acciones necesitan estar enmarcadas dentro de un diseño metodológico sólido; no pueden quedar a la deriva, como si el aprendizaje surgiera al azar. Los procesos formativos deben construirse sobre bases bien cimentadas, adaptadas a los contextos de los estudiantes y a las realidades que enfrentan.
Creo firmemente que este “tono verde” debe seguir fortaleciéndose. Es el que permite que el proceso formativo no se quede solo en el aula, sino que trascienda, logrando que el aprendizaje sea más profundo, más vivo y verdaderamente significativo.