Durante décadas, se ha hablado de equidad de género como un ideal al que debemos aspirar. Sin embargo, para muchas mujeres, la desigualdad no es un tema teórico, sino una realidad cotidiana que moldea sus oportunidades, su libertad y su futuro. Esta desigualdad no es casual: es estructural.
Cuando decimos que la desigualdad de género es estructural, nos referimos a que está incrustada en las instituciones, normas sociales, leyes y prácticas culturales que organizan nuestras sociedades. No se trata de una serie de incidentes aislados, sino de un sistema persistente que históricamente ha favorecido a los hombres y ha relegado a las mujeres a posiciones de desventaja.
Desde la distribución del trabajo doméstico no remunerado hasta el acceso al poder político o económico, las mujeres enfrentan barreras que no son visibles a simple vista, pero que condicionan cada aspecto de su vida.
Ejemplos cotidianos de esta desigualdad
Educación: Aunque más mujeres acceden hoy a la educación superior, aún persisten estereotipos que las alejan de áreas como la ciencia, la tecnología o la ingeniería.
Trabajo: Las mujeres ganan menos que los hombres por el mismo trabajo, y muchas veces se enfrentan a la informalidad laboral o a la doble carga del empleo y las tareas del hogar.
Participación política: La representación femenina en cargos de poder sigue siendo baja, lo que limita la posibilidad de crear políticas con enfoque de género.
Violencia de género: La violencia física, psicológica y económica sigue siendo una herramienta de control que impide que muchas mujeres vivan con autonomía.
T0 dieron "Me gusta"Publicado en Antropología y Género, Derecho, Humanidades
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