La autonomía de las mujeres va más allá de lo que usualmente consideramos. No se trata solo de establecer leyes que contribuyan al desarrollo de la mujer en su vida personal o laboral —que, si bien es importante, no lo es todo—. Hoy en día, la mujer busca su desarrollo propio, y para ello necesita sobrellevar siglos de estereotipos, exclusión y desigualdad. Este blog nace a partir de una lectura titulada «Por qué trabajar hacia la autonomía de las mujeres», que me hizo cuestionar cómo la condición de género sigue marcando profundamente la vida de millones de mujeres en el mundo.
Desde que nacemos, según nuestro género, se nos impone directa o indirectamente un rol en la sociedad, y este se va reforzando a medida que crecemos. Actualmente, el género va mucho más allá de lo biológico; es una construcción social y cultural que impone distintas conductas, roles y expectativas para hombres y mujeres. Al hombre se le asocia con un rol independiente, autoritario e incluso egoísta; mientras que a la mujer se le ve como dependiente, obediente, sumisa y emocional. Puede parecer una descripción corta, pero en realidad es una construcción social de décadas que sigue siendo compleja y muchas veces incomprendida.
La mujer, a lo largo de la historia, ha tenido que luchar para ser valorada en sociedad: desde obtener el derecho a la educación básica, hasta poder participar en elecciones. Aun hoy, en pleno siglo XXI, hablar de autonomía femenina implica reconocer que no todas las mujeres tienen la libertad de tomar decisiones sobre su propia vida. Esto se debe a barreras estructurales que pueden ser culturales, sociales, económicas e incluso legales, muchas de las cuales siguen normalizadas.
En el contexto colombiano, aunque la visión tradicional de la mujer ha ido cambiando, ser mujer sigue siendo difícil. El miedo de salir a la calle, las críticas constantes, o la presión de encajar en un molde siguen presentes. Muchas veces nos preguntamos: ¿Está bien lo que estoy haciendo? Se nos juzga si tenemos pareja a corta edad, pero también si no la tenemos a cierta edad. Decidir no tener hijos aún se ve mal, porque se espera que, aunque logremos ser profesionales exitosas, también debemos formar una familia y priorizarla incluso sobre nosotras mismas. Por eso, cuando una mujer se pone a sí misma en primer lugar, es vista como egoísta, como si eso fuera un pecado social.
Hoy, muchas mujeres aspiran a ser la “mujer perfecta”: madre ejemplar, esposa obediente, trabajadora incansable, siempre dispuesta y sin derecho a fallar. Pero si somos sinceros, ese ideal es una carga disfrazada. Es inalcanzable, y solo refuerza la idea de que debemos vivir para los demás y no para nosotras mismas.
Por eso, hablar de autonomía no es solo hablar de derechos. Es también preguntarnos cómo liberarnos de esa estructura que aún nos moldea, y cómo abrir caminos para que cada mujer pueda definirse por sí misma. La vida de una mujer no debería tratarse de aspirar a ser “la mujer ideal”, sino de ser libre, feliz, y tener voz propia. La autonomía no se regala: se construye.
T0 dieron "Me gusta"Publicado en Antropología y Género, Blog, Derecho, Humanidades
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