Vivimos en una época donde la libertad personal se ha convertido casi en una obligación. Se promueve el “hazlo por ti misma”, el “no dependas de nadie” y el “primero tú, luego tú, y después tú”, como si la única forma de tener autonomía fuera cortar todos los vínculos. Se insiste en que la independencia absoluta es el camino, que no se puede necesitar a nadie, que la fuerza esta en bastarse una misma. Y muchas mujeres han hecho suya esta idea, como una respuesta legitima a siglos de negación, de silencios impuesto, de cuerpos controlados y palabras calladas. Lo comprendo, pero, también me pregunto si no estamos dejando de lado otra forma de autonomía, una que no se construye desde la soledad, sino desde vínculos elegidos, desde redes que sostienen y no anulan.
La autonomía feminista plantea una ruta distinta: ser para uno mismo, sin dejar de ser con los demás, porque la verdadera autonomía no se construye desde la soledad absoluta ni desde el egoísmo que aplasta a los demás, sino desde la conciencia de que todas y todos dependemos de una red común, pero en condiciones de equidad, dignidad y reciprocidad.
Hoy en día, vivimos en una cultura que insiste en relacionar la autonomía femenina con el éxito profesional, la independencia económica y una agenda siempre ocupada. Así, se nos venden la imagen de la “mujer poderosa” que no necesita de nadie, que no se detiene, que no depende. Sin embargo, ese ideal lejos de liberar impone una nueva carga: la de ser perfectas, eficaces, incansables… y solas.
Este tipo de autonomía, más cercana al individualismo competitivo, ignora que las mujeres viven gracias a la red que tejen con otras, porque, en realidad, la realización personal está ligada, al tejido social que habitamos. De esta manera, la verdadera autonomía no consiste en cortar todos los lazos, sino más bien en poder desde la libertad, no desde la obligación. No se trata de decir “no necesito a nadie”, sino de poder decir “elijo estar aquí”, “elijo con quién comparto mi vida”, “elijo mis afectos, mis batallas y mis descansos”.
En otras palabras, autonomía es que nadie decida por ti, ni siquiera las ideas disfrazadas de empoderamiento que te exigen ser invulnerables. Y es que, lo cierto es que nadie se salva solo, Todos, en algún momento, hemos necesitado una mano, una palabra, una complicidad, al contrario: ahí está la potencia de una autonomía que se construye desde una ética del pacto y del cuidado mutuo. Para ilustrarlo, pensemos en una mujer que sale de una relación violenta y reconstruye su vida acompañada por otras. O en una madre que decide junto a su pareja repartir los cuidados del hogar de forma justa. O en una trabajadora que se permite decir “no” a una jornada extra, sin culpa. En cada uno de esos casos, hay una autonomía real: la que no se impone ni se aísla, sino que se teje con otras.
Por lo tanto, autónoma no es quien nunca cae, sino quien puede caer sin perderse a ella misma. Es quien tiene con quién reconstruirse sin miedo, quien se reconoce como parte de un entramado de afectos donde el amor no es sometimiento, ni el cuidado es sacrificio. Es quien sabe poner límites, pero también abrir puertas. Quien puede sostener su voz sin tener que apagar la de las otras.
Desde luego, no se trata de volver a la dependencia, ni de romantizar la renuncia, sino de imaginar una forma de libertad que no las deje solas. Al contrario, se trata de una libertad que no imite los moldes del éxito neoliberal, ese que mide la autonomía por la cantidad de cosas que hacemos sin ayuda, sino por la capacidad de habitarnos con dignidad y de sostener relaciones donde nadie se borre para que la otra brille.
Entonces, ¿es posible una autonomía sin individualismo? Sí, es posible y necesaria. Frente a la lógica del “sálvese quien pueda”, el feminismo propone “salgamos juntas”. Una autonomía que no se construye a costa de las demás, sino con las demás. No es una carrera para ver quién llega más alto, sino un cambio colectivo para que todas puedan tener una vida digna de ser vivida.
En definitiva, quizás no se tengan todas las respuestas, pero sí la certeza de que no queremos repetir aquello que ha causado dolor, exclusión o silencio. Y en ese camino, una autonomía construida entre mujeres no es solo posible: es el comienzo de algo mucho más justo, más humano y sobre todo más compartida.
T0 dieron "Me gusta"Publicado en Desarrollo personal, Psicología
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