Hoy quiero hablar de algo que, con frecuencia, me ronda la cabeza: el delicado equilibrio entre ser madre y seguir persiguiendo lo que realmente me apasiona. Como muchas otras mujeres, me encuentro constantemente tratando de equilibrar mi vida personal, profesional y familiar. Esta fue la raíz de una conversación profunda que tuve recientemente con mi esposo.

El día internacional de la Mujer comenzó temprano. Le pedí a mi esposo que se llevara a los niños para poder dedicarme a conversar con mis colegas y estudiantes, reconociéndonos en un día que, aunque especial, no fue diferente a otros. Para mí, fue otro día de lucha, de nuestras luchas cotidianas.

Las horas pasaron y, poco a poco, comencé a sentir culpa, la culpa de no estar con mis hijos, especialmente sabiendo que era sábado. Mi esposo regresó solo, había dejado a los niños en casa de su madre, y me propuso salir a comer. Le respondí que prefería que habláramos en casa. Nos pusimos a conversar sobre todo lo que compartimos entre semana: el trabajo, la casa, los niños, las obligaciones que nos corresponden.

En un momento de la conversación, lo interrumpí y le pregunté: «¿No te da pesar no estar con los niños? ¿No sientes como si estuvieras fallando?» Él respondió rápidamente que no, que no sentía eso porque no era un mal papá. Continuó hablando, pero yo me quedé pensando en esas palabras, porque, mientras las decía, las vi en letras mayúsculas: «No soy un mal papá». Fue tan enfático y firme en su respuesta que me desconcertó.

Después de eso, realmente no pude concentrarme en lo que decía. Una parte de mí quería preguntarle: «¿Cómo puedes decir eso? ¿Acaso no conoces la culpa?» No estaba molesta porque él no sintiera culpa; me molestaba no poder ser tan segura de mí misma en mi rol como madre como él lo era en el suyo. Quería entender cómo podía sentirse tan firme y seguro de su paternidad, mientras que yo, como madre, constantemente me cuestionaba.

En otro momento de la conversación, lo interrumpí de nuevo y le pregunté: «Quiero entenderte. ¿Nunca, nunca te has sentido un mal papá?» Y él me respondió, con la misma firmeza: «No». Yo le dije: «Cada noche, al acostarme, reflexiono y siempre siento que me faltó algo como mamá. Tal vez haber jugado más con ellos, o no haberme enojado, o no haberme centrado tanto en el trabajo… Cosas de ese estilo.»

Mi esposo me miró y me dijo algo que me hizo reflexionar : «Tú tienes sueños, tienes metas. Todos los días vemos cómo intentas, cómo luchas y consigues lo que deseas. Para nosotros, has sido una inspiración. Ser mamá no significa que dejes de hacer lo que te gusta, lo que te apasiona.»

Esas palabras fueron un apoyo, pero también un recordatorio de algo que el feminismo defiende con fuerza: ser mujer no significa renunciar a tus sueños, a tus pasiones o a tu identidad. El feminismo no es solo una lucha por la igualdad de derechos, sino también por la liberación de las expectativas impuestas. Nos enseña que podemos ser madres, profesionales, soñadoras y luchadoras, todo a la vez, sin que eso nos haga sentir culpables o imperfectas. La maternidad no debe ser una prisión; es solo una parte de nuestra historia, pero no toda nuestra identidad.

En medio de todo esto, también le compartí a mi esposo lo mucho que me apasiona mi trabajo como abogada y como docente. Ayudar a otros, ser parte de sus soluciones legales, me llena de satisfacción. A veces, esa pasión por mi profesión me lleva a desear dedicarle más tiempo, y es en esos momentos cuando la culpa aparece. Me siento mal por querer dedicar más tiempo a mi trabajo que a la maternidad, como si ambas cosas no pudieran coexistir de manera equitativa.

Es difícil encontrar el equilibrio perfecto, ese punto medio entre ser la madre que quiero ser y la profesional que también soy. Pero creo que, como todas las madres, es un desafío que no estamos solas enfrentando. Queremos lo mejor para nuestros hijos y, al mismo tiempo, deseamos ser fieles a nuestras pasiones y sueños. Y aunque la culpa a veces se haga presente, también necesitamos reconocer que nuestras metas personales son válidas y valiosas.

Te invito a reflexionar:

Me gustaría abrir este espacio para todas las mujeres que leen estas palabras: ¿Cómo manejan ustedes esa sensación de querer ser madres y, al mismo tiempo, seguir dedicándose a sus pasiones y carreras? ¿Han encontrado alguna forma de equilibrar ambos mundos? Las invito a compartir sus pensamientos y experiencias en los comentarios. Estoy segura de que, juntas, podemos aprender mucho unas de otras y apoyarnos en este proceso de encontrar nuestra propia manera de vivir esta dualidad.

Como bien dijo Eduardo Galeano: «Compartir el desaliento es un modo de trabajar por la esperanza colectiva.» Al compartir nuestras inseguridades y nuestras luchas, nos damos cuenta de que no estamos solas. Esta es la esencia del feminismo: la solidaridad, el apoyo mutuo y la construcción de una esperanza colectiva. Compartir nuestra vulnerabilidad nos fortalece, porque, juntas, al reconocer nuestras luchas, nos empoderamos.

T0 dieron "Me gusta"Publicado en Antropología y Género, Derecho, Derechos Humanos, Humanidades

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