Últimamente, mis blogs han girado en torno a dos grandes pilares de mi vida: la maternidad y el trabajo. Quizás, porque son los escenarios en los que transito a diario, y entre ellos, la conciliación sigue siendo un desafío que parece inalcanzable.
Mis hijos tienen 3 y 5 años, y hoy quiero compartir algo que, tal vez, muchas madres también experimentan.
En el ámbito laboral, siento que puedo generar cambios importantes. Me invade esa convicción de que todo es posible, de que mi esfuerzo puede transformar realidades. Sin embargo, hay una pregunta que nunca falta, sin importar cuánto logre profesionalmente: «¿Y los niños? ¿Con quién los dejas?». Ya estoy acostumbrada a responder casi por inercia: «Están bien, gracias, creciendo en casa», aunque la realidad sea mucho más compleja.
En casa, el escenario cambia por completo. Mis hijos no preguntan por mi trabajo ni si terminé mis demandas o clases. Nadie me llama ni me escribe en esas horas dedicadas a ellos (bueno, excepto mis estudiantes, ¡ja, ja, ja!). Y entonces, la sensación de poder con todo se transforma en una certeza diferente: la maternidad es el trabajo más extenuante y demandante que existe. Comparado con la docencia o el derecho, ambos parecen quedarse cortos ante la responsabilidad infinita de criar.
Tal vez soy buena en mi trabajo, porque ahí encuentro un espacio donde puedo ser creativa, donde siento que mis esfuerzos tienen un impacto visible. Pero, al final del día, la culpa materna aparece, porque sé que cada minuto extra dedicado a mi profesión es un minuto menos con mis hijos. De esta forma transito entre dos mundos que parecen incompatibles. Trabajo para darles lo mejor, pero el tiempo que paso lejos de ellos es un recordatorio de lo que me estoy perdiendo.
No tengo la respuesta, y quizás nunca la tenga. Pero sí sé que necesitamos nuevas normas sociales. Normas en las que la maternidad no sea vista como un obstáculo en la vida profesional, donde se comprenda que criar es una labor compartida. Normas en las que, así como sucede con los hombres, nadie le pregunte a una mujer dónde deja a sus hijos cuando está trabajando.
La verdadera igualdad comienza cuando dejamos de cuestionar a las madres por lo que jamás se cuestiona a los padres.
Tal vez estas líneas sean un acto de rebeldía, una forma de visibilizar una norma social que nos pesa y nos limita. Pero si queremos que las reglas del juego cambien, debemos hablar, cuestionar y resistir. ¿Te has sentido juzgada por esta pregunta? Cuéntame en los comentarios, aprovechemos que es el mes de la mujer y hagamos ruido juntas.
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