El Caribe y el carbón: Algunas reflexiones de campo sobre la gran minería en el Caribe Colombiano

 

Imagen tomada en El Paso, Cesar (2021).

Reconocemos al Caribe Colombiano como la región norte del país, que se ha caracterizado por sus riquezas naturales y su diversidad cultural. Región diversa en ecosistemas naturales como la Sierra Nevada, la Ciénaga Grande, el Mar Atlántico, el Río Magdalena y los valles del Cesar, Montería y Sucre. Territorios que han albergado la diversidad humana y cultural de comunidades nativas, campesinas y colonas.

Pero en este apartado no hablaremos de las maravillas ecológicas y ni mucho menos de las bellezas naturales que aun se mantienen, quizás no en su mejor esplendor. Entendemos que las transformaciones antrópicas en los territorios se deben a décadas de explotación de los recursos naturales; como el suelo, las fuentes hídricas, los complejos lagunares, los bosques nativos, entre otros.

Hablar del Caribe detona en una diversidad compleja de problemáticas ambientales y sociales que han sido históricos, que se han enmarcado en situaciones trágicas y violentas, lo que algunos estadistas llamaran el crecimiento económico o el desarrollo, ha sido la bandera de sucesos que en nuestra historia reciente han evocado a hechos lamentables; exponiendo claramente que la expansión de la ganadería, los monocultivos, la minería, entre otras actividades extensivas han generado daños irreparables en los ecosistemas y en las comunidades.

Pero nos centraremos en la expansión minera en la región, exclusivamente en la minería de carbón mineral o térmico, que se concentran en los departamentos del Cesar, Magdalena y La Guajira. Tres departamentos que han compartido históricamente relación desde épocas coloniales, anteriormente eran un solo departamento reconocido como el gran Magdalena, pero a mediados del siglo XX durante diferentes cambios políticos en el país, se dividieron en tres departamentos.

La llamada bonanza minera arranca en los años 60 con las pequeñas minas de carbón en la Guajira, en los 80’ se van consolidando los grandes proyectos mineros con la llegada de grandes multinacionales como Glencore, BHP Biliton, Anglo American y Drummond. En términos de producción en un margen histórico en 1985 hubo una producción 8,98 millones de toneladas, pero el pico de mayor producción de carbón se alcanzo en el 2016 con 91,88 millones de toneladas, según reporto en el 2018 la Unidad de planeación minero-energética (UPME).

Estos datos nos permiten comprender que la producción minera ha crecido exponencialmente, pero el precio del carbón en el mercado mundial ha sufrido diferentes subidas y bajadas a lo largo de la historia, precio que se ve afectado directamente por las diferentes políticas internacionales que lo han regulado, destacando el acuerdo de parís que establecido que para el 2030 el mundo debía reducir drásticamente el consumo de carbón mineral o térmico de su matriz energética.

En el presente, los grandes consumidores de carbón que constituyen gran parte de los países del norte; como Europa y Estados Unidos, no solo han cerrado transitoriamente sus minas de carbón, si no que han ido diversificando su actividad energética para reducir la compra de este, generando una fuerte afectación en el mercado para las compañías mineras que tienen sus sedes en países del sur, como Colombia para el caso de Latinoamérica.

En general sería un balance positivo para el mundo la reducción significativa da la explotación, exportación y quema del carbón, pero allí empieza el dilema que procede a la realidad de la actividad minera, que he podido vivenciar durante mi recorrer como investigador a lo largo de los territorios donde las grandes minas de carbón a cielo abierto tienen sus sedes.

Cabe destacar que la actividad minera genera unos ganancias económicas directas e indirectas, entre regalías, empleo, desarrollo infraestructural, entre otras. Las realidades que alberga esta actividad sobrepasan esas ganancias, significativamente el precio del carbón oscila entre los 25 a 35 dólares la tonelada, sus importantes ganancias numéricas no compensan los daños que la actividad misma genera en los territorios.

A partir de este punto, haré mención a las realidades que coexisten alrededor de la actividad minera, destacando principalmente los daños ambientales y sociales que han sido objeto de estudio por muchos académicos y activistas, pero también aquellas realidades que emergen de las entrañas del sentir como ser humano, queriendo decir que las afectaciones van mas allá de las que vivencian aun hoy estas poblaciones, si no de la solidaridad con estas comunidades también deja huellas en la vida personal de quienes trabajamos con ellos.

Para el 2018 durante el segundo foro de descarbonización del Caribe Colombiano que se desarrolló en las instalaciones de la Universidad del Magdalena, diferentes organizaciones defensoras de derechos humanos que han trabajado arduamente con las comunidades afectadas por la actividad minera en La Guajira y Cesar, conversaban sobre las necesidades presentes en estos territorios, del panorama y de la necesidad de descarbonizar la economía de esta región.

Desde allí inicié mi caminar con estas comunidades, apropiándome de estas problemáticas con fines de comprender las realidades que estaban presentes, que desde niño había visto con mis ojos de otra manera, porque durante esta etapa tuve la posibilidad de gozar de los beneficios de tener un familiar trabajando en una de estas empresas, creyendo en ese momento entre inocencias lo benefactoras que la empresa minera podía llegar a ser.

La realidad social detrás de la gran minería, que subyace en los daños irreparables al entorno natural, al cambio drástico del paisaje y la privatización de la movilidad libre de los territorios ancestrales de wayuu, afros y campesinos. Realidades que se encrudecen en distintos momentos históricos, donde la violencia paramilitar, el olvido estatal, la violación consecutiva de derechos humanos, la desaparición total de poblaciones étnicas y el desarraigo territorial de pueblos enteros.

En ese caminar me he encontrado con diversas voces, que cada una narra y describe la misma realidad desde diferentes posiciones, en muchas ocasiones posiciones acomodadas desde los beneficios y las ganancias, por supuesto desde oficinas muy bien condicionadas, encontrándome con argumentaciones llenas de datos, estadísticas y por supuesto, comentarios que hacen evidenciar la consciencia sucia del delito mas legal de todos: la destrucción de nuestros recursos naturales acosta del desarrollo económico y empresarial. Como diría entre risas aquel ex empleado de esta multinacional, cito textualmente: “tocaba llegar con el buldócer adelante y los abogados atrás”.

Estos discursos narrativos de los corporativos están llenos de vacíos e inconsistencias, principalmente de incoherencias, con todo el atrevimiento que recae en mi por decirlo, hay un centenar de hechos que embargarían sus palabras. Pero debo argumentar que, con el cómodo discurso de la responsabilidad social empresarial, el cual enmarcan en sus logos, en sus eslóganes, sus fundaciones y proyectos sociales, han adornado hasta sus enormes maquinas, las cuales hace unos años son ecológicamente amigables con el medio ambiente. Es este discurso el mas peligroso de todos, como espejismos en el desierto.

Pero las voces que estremecen hasta las fibras mas delgadas de la humanidad son de los pueblos que han padecido históricamente de las consecuencias del desarrollo, donde la pobreza llego prácticamente hasta sus territorios para moverlos a otros sitios, para que sus costumbres y tradiciones fueran lo único que aun los une a lo que por décadas fue su hogar. Para que hoy solo sean recuerdos de aquellos tiempos donde las actividades del pan coger, pescar y bailar al son de sus cantares sean la única memoria colectiva de lo que fue la prosperidad.

“El desarraigo genera proyectos de vida inciertos” nos contaba el sabedor tradicional de los pueblos afros de La Guajira, quien amablemente nos atendía en su casa. Durante esa visita pude conocer la otra voz de la realidad, que estaba llena de sucesos lamentables, pero de una esperanza de retorno admirable. Cortaron el tronco, pero las raíces siguen aferradas a la tierra.

El territorio es un sujeto de derechos, igual de vivo que cualquier ser humano, lleno de recuerdos, memorias, historias, aconteceres, sentimientos y esperanzas. Los recursos naturales que sobre el territorio reposan han sido asediados por siglos por aquellos que jamás han valorado su plenitud. La corta existencia humana se ha convertido en la verdadera maldición de estas riquezas vivas, por ello hemos caminado el territorio con el respeto y admiración que se merece.

Dejando el romanticismo que evoca de la nostalgia, proseguimos en el andar de conocer y reconocer el territorio desde sus voces, realidades y memorias colectivas, que persisten en una lucha incesante. Como dijera uno de nuestros investigadores durante sus aproximaciones a la realidad del territorio; cada experiencia en campo es un proceso emancipatorio.

 

Imagen tomada en Riohacha, La Guajira (2019). 

Concluiría para este primer apartado que la deuda existente no solo es responsabilidad de aquellos que desde afuera han venido a llevárselo todo, si no de quienes hemos sido observadores pasivos de todo el desastre que aun no calculamos, porque no nos ha tocado salir corriendo de nuestros hogares, ni hemos padecido el terror de ver nuestros paisajes convertidos en enormes cráteres en la tierra.

El Caribe Colombiano se ha consolidado entre diferentes discursos, narrativas y expresiones. El carbón, que ha llevado el nombre del oro negro, se convirtió durante años en la riqueza de la región, después de las otras bonanzas que ya han tenido su momento histórico en estos territorios, desde la marihuana hasta la palma africana, el desarrollo siempre ha encontrado la capacidad camaleónica de adueñarse de aquello que no se valora más allá de lo económico.

La gran locomotora minero-energética que movió durante años la economía de nuestro país tendrá que ir poco a poco siendo desbalijada, cayéndose a pedazos para darle paso a nuevas alternativas de desarrollo, que estén fundadas en los principios ancestrales del buen vivir. De esta manera podremos seguir reflexionando de las realidades que se van entretejiendo en el Caribe Colombiano a partir del ejercicio académico y solidario con las comunidades que aun defienden, protegen y preservan sus territorios.

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Carlos Pardo Velásquez

Profesional en Antropología. Investigador social, Coordinador del Semillero de Investigación en Transición Energética de la Universidad del Magdalena, encargado del enlace con comunidades.

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