Profundo y esperanzador mes de Marzo, el mes que nos recuerda a todas las personas la gran lucha de las mujeres a lo largo de la historia por la igualdad y equidad de género, no solo en el plano de nuestros derechos laborales, sino en cada uno de los espacios en donde nos desenvolvemos. Este mes simboliza un recordatorio, un grito de resistencia y una reivindicación de todas aquellas mujeres que, en diferentes momentos de la historia, han levantado su voz en busca de un mundo más justo y equitativo.
Sin embargo, la lucha no termina con marchas ni con palabras. La verdadera batalla, la que sigue siendo tan relevante hoy como ayer, es la que se libra en las dinámicas cotidianas, donde las mujeres enfrentan aún estructuras de poder que las subestiman, las descalifican y les imponen un sinfín de expectativas que parecen imposibles de cumplir. Y todo esto en un mundo contemporáneo cada vez más acelerado, productivo y, en muchos casos, insensible a las realidades que enfrentan las mujeres. Las exigencias sociales sobre nosotras van mucho más allá de lo laboral, y nos llevan a la reflexión sobre el precio que debemos pagar para ser aceptadas, valoradas o simplemente ser visibles en los diferentes ámbitos en los que nos desenvolvemos.
¿por qué debemos ser excepcionales para ser tenidas en cuenta?
En una sociedad que constantemente nos recuerda lo que «debemos ser» y lo que «deberíamos lograr», surge una interrogante profundamente válida: ¿por qué debemos ser excepcionales para ser tenidas en cuenta?. Pareciera que, para ser reconocidas y respetadas, las mujeres necesitamos cumplir con estándares tan altos que rozan lo inalcanzable. La idea de ser madres perfectas, esposas amorosas, trabajadoras destacadas, activistas comprometidas, o incluso estar siempre en forma y cuidar nuestra imagen de manera constante se vuelve una carga abrumadora. Se espera de nosotras que seamos excelentes en cada faceta de nuestras vidas, desde lo profesional hasta lo personal. Sin embargo, esta «excelencia» no es algo que nosotras hayamos elegido, sino que se nos impone desde el contexto social, desde las normas culturales, y desde las expectativas que los demás tienen sobre nosotras.
Es más, la sociedad, en muchos casos, parece haber olvidado que la perfección no es humana, que cada mujer tiene sus propios ritmos, sus propios límites y que no siempre es posible cumplir con todos esos roles sin sacrificar algo. Y en este proceso de alcanzar estándares irreales, la autenticidad de muchas mujeres se ve comprometida, pues nos obligan a ajustarnos a una versión de nosotras mismas que ni siquiera hemos creado. Nos convertimos en meras sombras de lo que realmente queremos ser, atrapadas en un ciclo constante de cumplimiento y validación externa.
Es entonces cuando surge la siguiente pregunta que cambia por completo la perspectiva: ¿Y si solo pensáramos en ser una más? ¿Qué pasaría si no tuviéramos que ser excepcionales? ¿Qué pasaría si pudiéramos ser simplemente nosotras mismas, sin la necesidad de cumplir con las expectativas impuestas por otros? Este cuestionamiento abre la puerta a una reflexión más profunda sobre lo que realmente significa ser una mujer en la sociedad contemporánea. ¿Sería posible que, en lugar de luchar por cumplir con la imagen perfecta que nos han vendido, podamos abrazar nuestra imperfección, nuestra humanidad y nuestra diversidad sin miedo a ser juzgadas?
El verdadero desafío no sea ser una mujer excepcional, sino ser una mujer libre, sin tener que cargar con todas esas expectativas que nos despojan de nuestra esencia. Ser una mujer que, sin necesidad de destacarse en todas las áreas de la vida, puede ser feliz con lo que es, sin rendir cuentas a una sociedad que constantemente nos recuerda lo que debemos ser.
En cuanto a las mujeres que somos madres y docentes vivimos en una historia paradójica, una en la que el compromiso con la educación de nuestros estudiantes se entrelaza con el desafío constante de no perdernos el proceso educativo de nuestros propios hijos. Esta doble responsabilidad no solo requiere de una enorme dedicación y organización, sino que también pone de manifiesto las contradicciones que enfrentamos en una sociedad que demanda de nosotras un rendimiento excepcional en ambas esferas de nuestra vida: la personal y la profesional
Lo paradójico de esta situación es que, mientras nos dedicamos a educar a los futuros ciudadanos, a preparar a las personas profesionales del mañana, nos vemos constantemente obligadas a luchar con nuestro tiempo y energía, para no perdernos ni un solo momento del proceso educativo de nuestros propios hijos. Queremos ser buenas madres, pero también queremos ser buenas docentes. Queremos estar presentes para nuestros estudiantes, pero también deseamos estar al lado de nuestros hijos en su crecimiento.
Marzo es un mes de reflexión, pero también de acción. Es un llamado a la solidaridad, a la lucha por una igualdad real, y a la redefinición de lo que significa ser mujer en un mundo que aún necesita aprender a valorarnos por lo que somos, no por lo que se espera que seamos.
Este blog lo dedico con cariño para todas mis colegas docentes, gracias por ser faros de esperanza, guías de conocimiento y ejemplos de resiliencia.
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