Durante el último año se ha generalizado el uso de la palabra empatía en diferentes ámbitos, resulta común escuchar la expresión en lo familiar, lo escolar, lo social y lo político. Pero, ¿qué significa realmente ser empático?. De acuerdo con la Real Academia Española se define empatía como el sentimiento de identificación con algo o alguien o como la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimiento (2021). Desde la perspectiva psicológica, se entiende como la actitud que tiene una persona para reconocer las emociones en los demás, es decir, es la capacidad de comprender los sentimientos de los otros y poder leer sus mensajes no verbales (Goleman, 1995). En ese sentido, podríamos afirmar que ser empático implica tres aspectos fundamentales (Harvard, 2017):

  1.  La capacidad de entender la perspectiva de la otra persona, es decir la empatía cognitiva.
  2.  La capacidad de sentir lo que la otra persona siente, es decir la empatía emocional.
  3.  La capacidad de identificar lo que la otra persona necesita de ti, lo que se conoce como interés empático. 

Estos tres aspectos necesariamente nos invitan a reconocer que no sólo basta con entender o ponerse en los zapatos del otro, sino también sentir interés genuino por lo que le otro siente y necesita. 

Ahora bien, ¿qué implica tener empatía con los adolescentes teniendo en cuenta las características propias de ciclo vital? Se entiende la adolescencia como la etapa de transición entre el final de la infancia y el comienzo de la vida adulta (Morena, 2015), en la cual se suceden cambios funcionales y estructurales relacionado a aspectos en lo físico, psicológico y social. Lo físico incluye los cambios morfológicos y fisiológicos, es decir, los cambios visibles y notorios de la pubertad, como aquellos que no se logran ver pero que se suceden simultáneamente como cambios en el sistema esquelético, circulatorio y en la estructura cerebral, ésta última posibilita el desarrollo cognitivo y las nuevas capacidades para pensar y responder a las demandas cotidianas que tiene el adolescente, así reconoce la capacidad para razonar sobre posibilidades, razonar sobre hipótesis, razonar sobre el futuro y razonar sobre el propio razonamiento, capacidades que son interpretadas por padres, maestros y adultos en general como cuestionamientos irrespetuosos frente a las ordenes o directrices que antes (en la infancia) eran acatadas sin ningún tipo de problema. En esta etapa y ante las nuevas capacidades los adolescentes tienden a cuestionar el porqué de ciertas normas escolares o prácticas parentales, no siendo más que una respuesta cognitiva desde la cual pueden plantearse diferentes formas u opciones para resolver una situación. Estas respuestas además se encuentran mediadas por la actividad de la amígdala (estructura subcortical, involucrada en el procesamiento de las emociones) que durante la adolescencia precisa mayor actividad que la de los adultos lo que se traduce en palabras de Torralva (2019) como una menor capacidad para controlar las emociones. 

La adolescencia una etapa de incertidumbre y de aspectos atractivos

La entrada a la adolescencia demandará el uso de todos los recursos personales para afrontar las perdidas de la infancia y las nuevas tareas del desarrollo; lo curioso es que estas pérdidas no sólo las experimenta el nuevo adolescente sino también los adultos en general (padres y maestros). En cuanto a las perdidas que tiene que resolver el adolescente encontramos:

  1.  La perdida del cuerpo infantil, que implica reconocer su nuevo cuerpo y sus funciones. En este nivel los adultos deben sintonizar con las necesidades propias del adolescente a nivel psicológico en lo referente a las consecuencias emocionales de la pubertad. La necesidad de aceptación, aprobación y reconocimiento por sus iguales se vuelve un aspecto fundamental.
  2. La perdida de lo que implica ser un niño, es dejar de ser el centro de atención, cuidados y complacencia. Los adultos empiezan a tratar a sus hijos adolescentes como adultos miniatura que deben responder a los parámetros de lo que se espera socialmente en un adulto pero con las limitaciones de un niño en cuanto a salidas y toma de decisiones. Empatizar con el adolescente implica reconocer que ya no es un niño pero tampoco es un adulto y que esa transición a la vida adulta requiere escuchar y validar las opiniones del adolescente y permitirle tomar decisiones basadas en la orientación que ellos como padres o maestros pueden aportar. En todo caso, la transición a la vida adulta va resultar contradictoria para el adolescente que interpreta que sus padres quieren que se comporte como adulto pero no le dan la libertad absoluta para hacerlo. 
  3. La perdida de la idealización de los padres. Con las nuevas capacidades del pensamiento el adolescente empieza a identificar que el padre o la madre ideal también tiene defectos, también se equivoca, entra en desacuerdos con ellos y es capaz de criticar o cuestionar sus métodos. Los esfuerzos de los padres por entender a sus hijos deben tributar al afecto y la comunicación, es decir, los padres no pueden evitar que sus hijos forjen un criterio propio, lo que si pueden hacer es aludir al amor y a la comunicación para mantener la armonía familiar y facilitar una mejor transición a la vida adulta.

No obstante a las diferentes dificultades que puede experimentar el adolescente, esta etapa se constituye en una ventana de oportunidades y ganancias que le permitirán consolidar a un adulto psicológica y socialmente responsable. Entre esas ganancias se destaca la aceptación de su nuevo cuerpo tributando a su autoestima y autoconcepto, independencia emocional de sus padres y adultos, compromiso con un conjunto de valores, capacidades intelectuales de orden superior para trazar un proyecto de vida a corto, mediano y largo plazo que redunde en la independencia económica y la adquisición de una conducta social que le permita inserir adecuadamente en el mundo de los adultos (Piaget e Inhelder, 1985).

Referencias bibliográficas

Goleman, D. (1955). La inteligencia emocional. Vergara editorial. Buenos Aires, Argentina.

Harvard Business School Publishing Corportion. (2017). Inteligencia emocional: Empatía. Editorial Reverté S.A. Barcelona, España.

Piaget, J. Inhelder, B. (1985). De la lógica del niño a la lógica del adolescente. Ediciones Paidós. Barcelona, España.

Torralva, T. (2019). El cerebro adolescente. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós.

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